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Is it time to rethink intellectual property laws?
¿Hora de reconsiderar leyes de propiedad intelectual?

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January 23, 2009

by David Dickson
Director, SciDev.Net


The speed of the global economic collapse is provoking a widespread — many would say belated — realisation that many of the beliefs underlying economic expansion over the past 20 years need close questioning, particularly those involving the relationship between the state and the market.

But so far the need to reassess the value of protecting intellectual property, and in particular, the claim that scientific and technological patents are essential for economic growth, has drawn little attention.

Few would deny that technological innovation needs some form of patent protection to prosper. Without protection, no-one is likely to invest in developing innovations, since as soon as products were made public, others could immediately copy them at zero cost.

But just as the economic crisis can be ascribed to governments following bankers and speculators' decisions too closely, so there is a parallel danger in trusting strong science patents to promote social development.

Right to profits?

Take, for example, the aura that surrounds the 1980s US Bayh–Dole Act, which gave US universities, for the first time, ownership of patents arising from government-funded research.

There is a widely-held belief this helped the US economy's explosive growth in the following two decades, making many universities — and the scientists who work for them — rich in the process. Those with interests in the commercial, rather than the social value of science, actively promote this view.

This conviction, for example, has led South Africa to introduce similar legislation. And it has recently taken hold in India, where the government, urged on by its pharmaceutical and biotechnology industries (and supported by the US Chamber of Commerce), is proposing tightened patent legislation based explicitly on the Bayh–Dole approach, namely making it easier for publicly-funded research to be 'owned' by private entities.

Yet there is very little empirical evidence to show that the Bayh–Dole Act has had the claimed effect in the United States, let alone that it is appropriate for developing countries (see 'Indian patent bill: Let's not be too hasty'). Critics point out for example, that only about five per cent of US universities' income comes from licensing inventions.

Counter collaboration

Conversely, there is widespread anecdotal evidence that the act created a mind-set among many researchers that their knowledge represents a potential goldmine not to be shared with potential competitors (i.e. those working in other universities) — at least until it has been protected by a patent application.

Similarly the act has led to a flood of 'upstream' patents on basic scientific knowledge, leading to what some commentators describe as a virtually impenetrable 'patent thicket' blocking small-scale inventors from marketing their products. For example, restrictive software patents limit further development and commercialisation in the field of information technology.

As a group of academics recently stated, the present impetus for similar legislation in developing countries "is fueled by overstated and misleading claims about the economic impact of the Act in the US, which may lead developing countries to expect far more than they are likely to receive" (see 'Is Bayh–Dole good for developing countries? Lessons from the US experience').

We have been here before. The dotcom boom in information technology companies at the end of the 1990s was accompanied by a similarly meteoric rise in the value of small biotechnology companies, as venture capitalists hunted around for other technology-related investment opportunities. In many cases, the companies' sole asset was the promise of a patent on some critical gene sequence data.

When the dotcom bubble burst, the value of the biotech companies also collapsed, leaving many investors nursing heavy losses. Their mistake was not so much the decision to invest in biotech stocks, as an inflated belief in the value of science-based patents.

Radical innovation

There are alternatives available to developing country governments. For example, they can focus patent legislation on genuine technological inventions, while leaving publicly-funded research openly accessible, and rewarding researchers who come up with socially-valuable inventions through other mechanisms, such as prizes.

More radically, governments could promote 'open innovation', where a wide range of individuals are encouraged to work towards technological breakthroughs. This approach has already been suggested in India, for example, to design new tuberculosis treatments.

Now is the time for radical thinking. We need new types of innovation strategy to meet future economic and social challenges, and also to avoid repeating the mistakes of the recent past.

Protecting intellectual property will legitimately remain part of such new strategies. But science can only effectively contribute to these if it remains as open as possible. Duplicating the Bayh–Dole approach, and building expectations only of science's commercial value, is not the way to go.


¿Hora de reconsiderar leyes de propiedad intelectual?

La velocidad del colapso económico mundial está provocando una caída generalizada –que muchos llamarían tardía— en la realización de varias de las creencias subyacentes en la expansión económica de los últimos 20 años, las cuales requieren un cuestionamiento, particularmente aquellas que se refieren a las relaciones entre el Estado y el mercado.

Pero hasta ahora la necesidad de reevaluar el valor de la protección de la propiedad intelectual, y, en particular, la afirmación de que las patentes científicas y tecnológicas son esenciales para el crecimiento económico, no ha generado suficiente atención.

Pocos negarían que la innovación tecnológica necesite alguna forma de patentes de protección para prosperar. Sin protección, probablemente nadie invierta en el desarrollo de innovaciones, ya que tan pronto como los productos sean del dominio público, otros podrían copiarlos inmediatamente sin ningún costo.

Pero así como la crisis económica se puede atribuir a los gobiernos que siguieron de cerca las decisiones de los banqueros y especuladores, paralelamente sería peligroso confiar extremadamente en las patentes científicas para promover el desarrollo social.

¿Derecho a beneficios?

Tomemos, por ejemplo, el aura que rodea al Acta Bayh-Dole, promulgada en la década de los años ochenta en Estados Unidos, que dio a las universidades de los EE.UU., por primera vez, la propiedad de las patentes resultantes de investigaciones financiadas por el gobierno.

Hay una creencia, ampliamente difundida, de que esto favoreció el explosivo crecimiento de la economía de los EE.UU. en las siguientes dos décadas, haciendo ricos en este proceso a muchas universidades y a los científicos que trabajan para ellas. Aquellos con intereses comerciales, más que en el valor social de la ciencia, promovieron activamente esta opinión.

Esta convicción, por ejemplo, ha llevado a Sudáfrica a introducir una legislación similar. Y recientemente ha sido adoptada en la India, donde el gobierno, urgido por sus industrias farmacéuticas y de biotecnología (con el apoyo de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos), está proponiendo una legislación más estricta de las patentes tomando como base explícita el enfoque del Acta Bayh-Dole, es decir facilitando que la investigación financiada con fondos públicos sea “propiedad” de las entidades privadas.

Sin embargo, hay muy poca evidencia empírica que demuestre que el Acta Bayh-Dole haya tenido el efecto que se le atribuye en los Estados Unidos, por no hablar de su conveniencia para los países en desarrollo.

Los críticos señalan, por ejemplo, que sólo un cinco por ciento aproximadamente de los ingresos de las universidades de los Estados Unidos proviene de las licencias de inventos.

¿Colaboración?

Por el contrario, existe una amplia evidencia -basada en anécdotas- en el sentido de que el Acta ha creado una mentalidad entre muchos científicos de que su conocimiento representa una potencial mina de oro que no debe ser compartida con sus competidores potenciales (es decir aquellos que trabajan en otras universidades), por lo menos hasta que haya sido protegido por una solicitud de patente.

De manera similar, el Acta ha conducido a una avalancha de patentes controvertidas -por ser sobre conocimientos científicos básicos-, llevando a lo que algunos comentaristas describen como una virtualmente impenetrable ‘maraña de patentes’ que bloquean a los inventores de pequeña escala cuando quieren comercializar sus productos. Por ejemplo, las patentes restrictivas sobre software limitan aún más su desarrollo y comercialización en el campo de las tecnologías de la información.

Como declaró recientemente un grupo de académicos, el actual impulso por una legislación similar en los países en desarrollo “está alimentado por reclamos exagerados y engañosos acerca del impacto económico del Acta en los Estados Unidos, lo que puede conducir a que los países en desarrollo esperen mucho más de lo que probablemente reciban”.

Lo hemos visto antes. El boom del ‘punto com’ de las compañías de tecnologías de la información a fines de los años noventa estuvo acompañado de un aumento astronómico similar en el valor de las pequeñas empresas de biotecnología, debido a que los capitalistas de riesgo estaban a la caza de otras oportunidades de inversión relacionadas con la tecnología. En muchos casos, el único activo de las empresas era la promesa de una patente sobre algún dato esencial en secuencias de genes.

Cuando la burbuja del punto com se reventó, el valor de las empresas de biotecnología también colapsó, dejando a muchos inversionistas enfrentando fuertes pérdidas. Su error fue no tanto la decisión de invertir en acciones de biotecnología, sino su inflada creencia en el valor de las patentes científicas.

Innovación radical

Existen alternativas a disposición de los gobiernos de los países en desarrollo. Por ejemplo, podrían enfocar su legislación sobre patentes en los inventos genuinamente tecnológicos, mientras dejan que la investigación con fondos públicos sea abiertamente accesible, y recompensan a los científicos que realizan inventos socialmente valiosos mediante otros mecanismos, como premios.

De manera más radical, los gobiernos podrían promover la ‘innovación abierta’ por la cual se alienta a un amplio rango de personas a trabajar en pro de los avances tecnológicos. Este enfoque ya ha sido sugerido en la India, por ejemplo, para diseñar nuevos tratamientos contra la tuberculosis.

Es tiempo de pensar radicalmente. Necesitamos nuevos tipos de estrategias de innovación para enfrentar los futuros desafíos económicos y sociales, así como para evitar repetir los errores del pasado reciente.

La protección de la propiedad intelectual seguirá siendo parte legítima de esas nuevas estrategias. Pero la ciencia podrá contribuir efectivamente a esos retos si permanece lo más abierta posible. Imitar el enfoque Bayh-Dole, y fomentar expectativas en torno solamente al valor comercial, no es el camino más adecuado.

David Dickson, Director, SciDev.Net

 

 

 

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